El sol quema y una suave brisa recorre las calles de Keaton Beach, arrastrando el olor del mar. Aquí y allá se ven árboles caídos y paneles de madera arrancados de las fachadas, consecuencia del paso como huracán de Idalia horas antes por Florida.
Esta localidad estadounidense, dos calles estrechas separadas por un canal de navegación, se sitúa justo al lado del lugar donde el ciclón tocó la costa noroeste del estado el miércoles por la mañana.
Al final de una de esas calles, una vivienda de dos plantas ha perdido el piso de arriba. El viento arrancó sus paredes de madera y láminas metálicas, y el interior quedó expuesto como en una casa de muñecas. Tres colchones volcados sugieren que antes tenía tres dormitorios.
Cerca de ahí, frente al mar, un cartel señala una oficina donde solo un muro sigue en pie. El tejado de cinc voló a unos 30 metros y descansa ahora sobre un poste eléctrico caído.
Laurie Brenner abandonó Keaton Beach antes de la llegada de Idalia, ahora degradada a tormenta tropical y de la que no se reportan víctimas mortales, y acaba de regresar, con el miedo en el cuerpo, para comprobar el estado de su casa.
“Creo que nos ha ido muy bien en comparación con nuestros amigos vecinos a los que les falta parte del tejado. Tenemos daños en el revestimiento, pero hasta ahora me alegro de ver que la casa sigue en pie”, dice, aliviada, esta peluquera de 57 años.
– “Como una bestia” –
Unos 35 km al norte, Perry, una ciudad de 7.000 habitantes, también muestra las heridas del paso de Idalia. Aquí el viento derribó decenas de árboles, tiró líneas eléctricas y destrozó las fachadas de casas y tiendas.
Numerosos vecinos retiran las ramas caídas en sus jardines y los servicios de emergencia se preparan para limpiar las calles.
Los habitantes compartieron a la AFP el alivio de haber sufrido menos daños de lo previsto en sus viviendas. James Strawtter, de 29 años, es uno de ellos. Pasó la noche en casa de sus padres, también en Perry, temiendo lo peor.
“Estaba durmiendo junto a la ventana de un dormitorio y se oía muy fuerte. Era como una bestia sentada fuera. Era algo que no quería oír”, cuenta este trabajador de una fábrica de papel sobre Idalia.
Su casa no sufrió ningún daño, y ahora quiere dejar atrás una experiencia que lo conmocionó: “Me siento mejor ahora que todo ha terminado y que la gente puede intentar volver poco a poco a la normalidad”.
En Steinhatchee, unos 60 km al este de Perry, el huracán dejó numerosas calles inundadas, además de tirar árboles, carteles y postes eléctricos.
La ciudad de 1.000 habitantes, que se extiende junto a la desembocadura del río Steinhatchee en el Golfo de México, estaba condenada a sufrir una crecida. En cualquiera de sus calles, el agua nunca está lejos.
Unos vecinos recorren la zona subidos en un carrito de golf. En un cruce, varias personas se detienen a fotografiar una casa rodante volcada por la fuerza de la tormenta.
Aquí, como en el resto del Big Bend, esta región de bosques y marismas donde impactó Idalia, empieza un largo camino hacia la recuperación. Paso a paso. La limpieza y la reparación de las líneas eléctrica ya ha comenzado, luego llegará lo demás.
En Keaton Beach, Laurie Brenner se lo toma con resignación: “Esto es deprimente, pero seguimos aquí y lo superaremos”.