Los Juegos Olímpicos de París-2024 significarán la apertura del Sena para el nado libre. Pero un grupo de impacientes se ha adelantado un año, desafiando a la polución y a una prohibición de baño en el emblemático río que data de 1923.
En cinco años, el grupo bautizado como ‘Los Ourcq polares’, en referencia al nombre del canal del norte de la capital, no ha recibido multas, asegura uno de sus miembros, Laurent Sitbon.
Una sola vez la policía hizo salir del agua al grupo, que se reivindica como “pionero” de un placer prohibido desde hace exactamente un siglo: nadar en el Sena.
Tanto en invierno como en verano, sea en el canal o en el río propiamente dicho, el baño está prohibido en París y en sus alrededores.
– Promesa incumplida de Chirac –
Tres décadas después de la promesa incumplida del presidente de la República Jacques Chirac, cuando era alcalde de París, de permitir el baño en el Sena, la perspectiva de organizar los Juegos Olímpicos en 2024 sirvió para que por fin se comenzaran a mover las cosas.
El gobierno y las colectividades locales han invertido 1.400 millones de euros (1.525 millones de dólares) en infraestructuras y trabajos para terminar con la polución en el río y así permitir la organización de pruebas olímpicas de nado libre y de triatlón.
Tras la cita olímpica está prevista la apertura permanente de varios lugares para el nado libre en la región parisina a partir de 2025.
“¡Tengo muchas ganas de nadar en el Sena! Es algo diferente a una piscina” dice Celine Debunne, de 47 años.
“El Sena tiene muy mala prensa, como todos los ríos con color oscuro. El color nunca será de ensueño”, avisa Louis Pelerin, nadador de 44 años.
“La gente dice: ‘¡Estás loco, te van a salir ronchas!'”, resume Tanguy Lhomme, que recibe a los nadadores en su barco en el primer domingo de julio.
“El resultado es que tratan el Sena como si fuera una alcantarilla”, añade.
Cuando decidió vivir en un barco, en 2017, ni siquiera se planteaba meterse en el río. “Pero mi opinión ha cambiado mucho desde entonces”, añade Lhomme, que tiene dos hijos.
– Agua a 25 grados –
A las 20h00 locales (18h00 GMT), una veintena de nadadores se tira al agua para una sesión de natación de una hora, dos kilómetros en un agua ni turbia ni clara, sin tráfico fluvial y bordeada por riberas propias de un paisaje bucólico.
Con 25 grados, la temperatura del agua “está al límite para los Ourcq polares”, dice Josué Remoué, pilar de este grupo de natación, que bromea sobre su gusto por el agua fría en su zona habitual, en Pantin, a las puertas de París.
Por razones de seguridad salen con una boya hinchable y en grupo.
La prefectura de policía no ha respondido a las preguntas sobre la aplicación de la prohibición de 1923 sobre el baño en el río.
“No fue la polución sino el control de la moral lo que estuvo en el origen” de la ley, señala Benoit Hachet, sociólogo de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) y nadador del grupo.
“La polución es siempre un gran pretexto y a menudo una gran mentira”, dice Sibylle van der Walt, otra socióloga, de Metz, al este de Francia, donde milita por la apertura de lugares de baño en aguas abiertas.
“Mientras que en los países nórdicos la gente se baña y toma sus propios riesgos, en Francia el alcalde es el responsable”, añade esta alemana de 53 años.
Laurent Sitbon observa una evolución: “Solo éramos unos pocos en 2017. Sentimos que hemos abierto un poco la vía”.
“Más que los Juegos, es el cambio climático lo que debe hacer evaluar la cuestión jurídica”, asegura su camarada de baño Benoit Hachet: “En diez años habrá 40 grados. La gente irá al agua… ‘¡Esté prohibido o no!”.