Mi Señor, hoy nos aseguras que «un rico difícilmente entrara en el reino de los cielos», pero luego nos señalas que para lo hombres eso imposible, pero «¡para Dios todo es posible»!
¡Y yo te creo! Verdaderamente es muy difícil que alguien que lleva consigo “sus riquezas”, no solo las materiales, ganadas con el sudor de su frente, sino las sociales y políticas, honores, títulos, cargos, influencias, pueda pasar por una puerta estrecha; y si a eso le agregamos el orgullo, el poder, la soberbia, la autosuficiencia, la carga ¡será aún más grande!
Pedro te dice que ellos «lo han dejado todo» por seguirte, y muchos hoy quisieran decir lo mismo, pero, ¿será cierto, mi Señor? ¿Será cierto que nos hemos desprendido de todo? ¿Afectos, relaciones, compromisos? ¿Será que Tú ocupas el primer lugar, el centro de mi vida y que por seguirte puedo verme libre de todo lo externo, pero también de mi egoísmo, de mi orgullo, de mis logros, mis conocimientos?
¡Qué difícil sentarme ante Ti, mi Señor, y escuchar tu Palabra de viéndote a los ojos, sabiendo que me miras y me pides, no que mire a los demás, sino que me mire a mí mismo, para que pueda, con tu ayuda, desprenderme de todo y experimentar la libertad de los hijos de Dios, y seguirte, sirviendo siempre a los que has puesto a mi lado, pero sabiendo que Tú eres mi único tesoro, mi mayor riqueza, ¡la única que valdrá para alcanzar la Vida eterna!
¡Señor Jesús, yo espero y confío en Ti!