¡Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos!»

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«Y se maravillaban sobremanera y decían: ¡Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos!»


Te compadeces del que tiene limitaciones para incorporarse a la comunidad, y respetando su condición, no queriendo atraer miradas de burla o de incredulidad, lo llevas aparte, y con tu misma vida, lo sanas.
Tú no quieres que haya excluidos en el pueblo de Dios. Tú has venido a salvarnos a todos y a darnos a conocer la misericordia del Padre, ese Amor infinito que no conoce límites ni condiciones.


Por eso atiendes al discapacitado, y mirándole con ternura mientras él, con dificultad, te pide que lo ayudes.


¡Mi Señor, en tu Corazón no hay excluidos!


Por eso vienes «a buscar a los enfermos, no a los que están sanos», porque hay muchos que aunque no lo parezca, son sordos y mudos, sordos para escuchar la Palabra, mudos para proclamar la Buena Nueva a los que los rodean.


Tú, poniendo tu mano una vez más sobre ellos, les invitas a abrir su corazón para poder sanarlos.
«Todo lo has hecho bien», mi Señor, y nos das una lección sobre la inclusión de nuestros hermanos, esos hermanos con enfermedades que nos son repulsivas, paralíticos por sus miembros deformados, sordos a la voz del perdón, del amor y la comprension, de la escucha y la solidaridad.
Ayúdanos a comprender que la inclusión es el llamado a vivir juntos la manera en la que fuimos creados, para que te demos gloria, como quienes te adoran, unidos a los ángeles y a los santos.

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