Señor, ¡Tú nos llamas a todos por igual!

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Ese «¡Sígueme!», nos lo dices a todos mirándonos a los ojos y conociendo bien nuestros temores y nuestras debilidades.


¡Cuántos responden sin escucharte, sin ser conscientes de lo que prometen, o por verse bien frente a los que les rodean!


¡Cuántos, mi Señor, responden que sí, pero le ponen límites a su entrega, los amores de familia, o los intereses de trabajo, les atan y detienen!


«¡Sígueme!», me dices de nuevo y siento que tu mirada llega al fondo de mi alma, que me pides que te siga con lo que soy, con mis errores y mis heridas, con mis temores y mi pobrezas.
Como aquel publicano o aquellos pescadores, me pides que te siga y confíe en Ti.


¡Tú te encargaras de los que amo, Tú cerraras las puertas de lo que dejo atrás!
Si te sigo confiando en tu misericordia y tu providencia, si te entrego lo que soy y confío que Tú abrirás el camino… ¡Tú me darás las fuerzas, la familia y el trabajo para el que me has llamado!
¡Señor, quiero seguirte así, como soy, con mis manos vacías y mi pobreza!
Quiero seguirte sin mirar atrás porque sé que en Ti… ¡lo tengo todo!

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