Señor, no dejas espacio a las dudas ni a búsquedas de otros caminos.
Tu Palabra es verdaderamente lámpara para nuestros pasos y, cuando miras nuestras dudas, a la vez que honras a tu Madre Santísima nos invitas a volver nuestra mirada a Ella, una joven de una aldea perdida en la Galilea de los gentiles, una adolescente, una joven que vivía su fe en lo cotidiano de su vida, fiel a las tradiciones de su pueblo, sin signos maravillosos, solo su piedad y su obediencia a su fe, a sus padres… Y escuchando la palabra del Ángel no duda y dice «sí» y compromete su vida hasta el final.
«¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!».
María no tuvo más apariciones ni visiones, después de decir «sí», después de ese momento en que la creación entera se detuvo a contemplar un nuevo inicio, desapercibido para toda la humanidad de entonces, volvió a sus quehaceres, ahora con una misión: cuidar al Hijo de Dios que se puso en sus manos.
Te enseñó a hablar y, la vez, te escuchó desde que estabas en su vientre… Señor, ¡quien pudiera escucharte como te escuchaba Ella! Escucharte con el corazón buscando acomodarse a tu latido, guardando cada gesto, cada palabra, cada acontecimiento, para revivirlo, contemplarlo, meditarlo una y otra vez, y descubrir que tu Palabra es una Palabra viva, que habla a nuestra vida cada día, que resuena aún en la soledad más profunda, que ilumina toda oscuridad.
¡Señor, quien pudiera, como Ella, como nuestra Madre, escucharte y cumplir tu Voluntad con fidelidad, en un acto continuo de Amor agradecido por tu Amor!
¡Señor, dame un corazón atento a tu Palabra, un corazón que escuche y viva según tu Santa Voluntad!
Inmaculado Corazón de María, ¡sé la salvación del alma mía!