Kiev amaneció entre escombros y sirenas tras uno de los ataques aéreos más devastadores perpetrados por Rusia desde el inicio de la invasión en febrero de 2022.
Al menos 19 personas murieron, incluidos cuatro menores, y otras 52 resultaron heridas en una ofensiva que impactó zonas céntricas de la capital ucraniana, provocando daños en edificios residenciales, escuelas, centros comerciales y sedes diplomáticas.
El bombardeo, ejecutado con más de 600 drones y misiles, dejó un cráter humeante en un edificio de cinco pisos, partido en dos por la explosión. La escuela de preescolar cercana sufrió daños estructurales, mientras que un centro comercial fue alcanzado por los proyectiles. Los socorristas, junto a vecinos conmocionados, trabajaban entre los restos para recuperar cuerpos y asistir a los heridos. Uno de los cadáveres, cubierto de polvo y vestido con pijama, fue retirado de los escombros y colocado en una bolsa negra.
Entre los objetivos alcanzados se encuentran la representación de la Unión Europea y la oficina del British Council, lo que ha generado una condena internacional. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, exigió el cese inmediato de los ataques contra infraestructura civil, mientras el primer ministro británico, Keir Starmer, calificó el hecho como “una masacre deliberada”.
Estados Unidos, por su parte, consideró el ataque como una “amenaza directa” a los esfuerzos de paz impulsados por el presidente Donald Trump, quien ha promovido negociaciones para poner fin al conflicto.
Sin embargo, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski acusó a Moscú de “elegir matar en lugar de negociar”, y pidió nuevas sanciones internacionales.
El Kremlin justificó la ofensiva como un ataque contra instalaciones militares, aunque los daños civiles evidencian otra realidad. Kiev, una vez más, se convierte en símbolo del sufrimiento de una guerra que no cesa, mientras la diplomacia internacional enfrenta su mayor prueba de credibilidad.