«Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica».
Ser de tu familia, ser alguien tan cercano a Ti como tu Madre, vivir en la certeza de que nuestra unión contigo es tan fuerte como la Sangre que corre de padres a hijos, ¿Qué mayor unión podríamos querer?
Y Tú abres para nosotros esa puerta y llamas hermanos a los que «escuchan tu Palabra y la ponen en práctica».
¿Cómo no agradecerte tanta misericordia, mi Señor? ¿Cómo podríamos nosotros, los que te hemos ofendido tanto, llamarnos tus hermanos?
Cómo aquel centurión, tu Santo Espíritu nos hace decirte: «¡Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola Palabra Tuya bastará para sanarme!»
Una Palabra Tuya, una Palabra que al escucharla cada día me decida a hacerla vida, a dejar que me transforme para que poco a poco seas Tú en mí y yo en Ti, como hermanos, como hijos de un mismo Padre que habita en el cielo, Tú el Hijo amado, yo el hijo adoptado, ¡amado en Ti y por Ti!
Señor, hijos de una misma Madre Inmaculada y Santa, la perfecta Discípula, Tú su Primogénito, nacido de sus purísimas entrañas, ¡yo el hijo adoptado al pie de la Cruz!
Solo necesito escuchar tu Palabra y dejarme guiar por Ella, hacerla vida cada día, permanecer en Ella, como María.
No me pides cosas extraordinarias, mi Señor, solo me pides escucharte y ser fiel a tu llamado, para que tu Palabra me sane, ¡para que yo sea tu hermano!
Señor mío y Dios mío, ¿qué más podría querer? Hazlo Tú en mí, Señor, dame un corazón que escuche, ¡dame un corazón como el de María!