En su adolescencia, Jiwan Subba tomó una decisión que jamás ha podido olvidar: cazó un panda rojo. Han pasado más de tres décadas desde entonces, pero el recuerdo sigue latente. Ahora, este policía de 48 años ha encontrado una forma de redimirse, dedicando parte de su vida a proteger a esta especie en peligro de extinción.
“Tenía solo 17 años y no sabía qué animal era”, rememora. “En mi pueblo nadie conocía el nombre ‘panda rojo’”. Pero los tiempos han cambiado, y gracias a campañas de concienciación, las comunidades locales han aprendido a valorar y proteger a este mamífero.

Originario del Himalaya, el panda rojo vive en bosques de altitud media en países como Nepal, India, China y Bután, y su dieta se basa principalmente en bambú. Este pequeño animal, del tamaño de un gato y conocido por su pelaje rojizo y su cola mullida, está catalogado como especie en peligro desde 2016 por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su población global, estimada en menos de 10,000 ejemplares, se ha reducido drásticamente en las últimas décadas.
En Nepal, se calcula que solo quedan entre 500 y 1,000 pandas rojos, concentrados principalmente en áreas protegidas como el Parque Nacional de Sagarmatha y la zona de conservación de Kanchenjunga. Sin embargo, recientes esfuerzos de conservación están dando frutos. “Antes había que recorrer una semana para ver un panda rojo, ahora se ven tres o cuatro al día”, celebra Ang Phuri Sherpa, director de la Red Panda Network (RPN).

A pesar del optimismo, los desafíos persisten. Desde la deforestación y la construcción de infraestructuras hasta la caza furtiva, el panda rojo sigue enfrentando múltiples amenazas. Incluso con leyes que castigan la caza de esta especie con hasta 10 años de prisión o multas considerables, el comercio ilegal hacia países como China y Birmania continúa.
Por otro lado, comunidades locales han demostrado ser aliadas clave en la conservación. La comunidad indígena kirat, por ejemplo, ha adoptado prácticas sostenibles y se ha sumado a los esfuerzos para proteger a los pandas, aprovechando sus creencias animistas. Mujeres como Chandra Kumari Limbu han abandonado actividades como la tala y la recolección de forraje en los bosques y ahora producen textiles de ortiga, obteniendo ingresos diarios mientras contribuyen a la preservación del hábitat del panda.

“Las mujeres que antes no tenían ingresos han salido beneficiadas”, relata Limbu. “Y hemos aprendido a convivir con los pandas, dejándoles el alimento que necesitan”.
El compromiso de Subba y de las comunidades locales es un ejemplo de cómo el pasado puede transformarse en un motor de cambio, ayudando a garantizar que el panda rojo, símbolo de la biodiversidad del Himalaya, tenga un futuro más esperanzador.