En las entrañas de la ciudad húngara de Szeged, las calientes agua subterráneas, a 2.000 metros de profundidad, hacía tiempo que estaban sin explotar, hasta que se lanzó un proyecto geotérmico de gran envergadura para calentar miles de apartamentos.
Esta estrategia de conversión energética podría verse como un modelo para una Unión Europea (UE) que busca alternativas a la dependencia de Moscú.
“Desde los años 1980, hemos quemado millones de metros cúbicos de gas ruso importado” para alimentar a nuestras viviendas y “hemos emitidos toneladas de carbono”, explica el geólogo Tamas Medgyes, que participa en la operación.
Pero la solución se encontraba “a nuestros pies”.
Mucho antes de la guerra en Ucrania, la municipalidad de esta ciudad de 160.000 habitantes, situada a dos horas de Budapest, decidió poner en marcha el mayor sistema de calefacción geotérmico en Europa, aparte de Islandia.
Al término de las obras en 2023, Szeged, la tercera ciudad del país, dispondrá bajo el suelo de 27 dispositivos de bombeo, 16 centrales y 250 km de tuberías que suministrarán electricidad a 27.000 apartamentos y 400 clientes no residenciales.
El objetivo es reducir un 60% las emisiones de gas de efecto invernadero.
“La energía geotérmica es local, accesible y renovable, ¿por qué no utilizarla?”, se pregunta Medgyes.
– Gran potencial –
En Hungría, con pocos recursos naturales pero con una larga tradición en balnearios y aguas termales, el potencial es inmenso.
El país, rodeado por los últimos contrafuertes de los Alpes y el macizo de los Cárpatos, extrae cada año de 80 a 90 millones de metros cúbicos de agua termal a temperaturas que pueden llegar a más de 90 ºC, según la asociación del sector MTT (Magyar Termalenergia Tarsasa).
Pero aunque dispone de 260 estaciones termales, hasta ahora el país ha explotado poco este recurso con fines energéticos.
Actualmente, sólo el 1,5% de las necesidades en calefacción provienen de la energía geotérmica, una cifra que podría alcanzar el 25%, según la MTT.
Desde 2010, el gobierno de Viktor Orban ha priorizado los hidrocarburos rusos: Hungría importa 65% de su petróleo a Rusia y el 80% de su gas.
También dispone de una central nuclear situada en Paks, cerca de Budapest, cuyo proyecto de ampliación fue atribuido al gigante nuclear ruso Rosatom en 2014.
– “Mostrar el camino”-
Pero el conflicto en Ucrania ha puesto de relieve la vulnerabilidad del país, entre la disparada de los precios de la energía, el embargo petrolero europeo y el riesgo de interrupciones en la entrega de gas.
“En Szeged, 100% del suministro en calefacción dependía antes del gas ruso”, señala Balazs Kobor, director de la compañía municipal de calefacción Szetav, a cargo del proyecto.
“Es un tema candente ahora”, dice el responsable, que empezó a impulsar el proyecto mucho antes de que estallara el conflicto en Ucrania.
“Podemos mostrar el camino”, estima su colega Medgyes.
Como en Szeged, mucha localidades húngaras disponen de redes de calefacción urbana de la era comunista, que podrían pasar del gas a la energía geotérmica.
Actualmente, 12 comunas la utilizan y otras lo harán pronto teniendo en cuenta la subida de los precios, vaticina Medgyes, que piensa que el proyecto podría interesar a algunas ciudades de Francia, Alemania, Italia o Eslovaquia que disponen de importantes yacimientos geotérmicos.
La UE, rezagada en este sector, podría hacer mucho más: “más de un cuarto de su población vive en zonas adaptadas” para estos sistemas, explica Lajos Kerekes, experto del centro regional de investigación en política energética, en Budapest.
El proyecto, financiado en parte con fondos europeos, es caro –más de 50 millones de euros (51 millones de dólares)– pero “la combustión fósil tiene un coste para las generaciones futuras y el medioambiente”, advierte Medgyes.