«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»

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¡Qué sencilla pregunta, Señor, y qué difícil la respuesta!


Porque contestar como grupo es fácil, pues podemos esconder en el ruido de muchas voces nuestros titubeos y dudas, pero cuando haces la pregunta y nos miras a los ojos, esperando de cada uno la respuesta, ¡ya no es tan fácil!


Unos contestaremos desde lo aprendido, o desde la costumbre, otros desde lo que se oye bonito o desde nuestro deseo de sobresalir, pero… ¿a cuántos de nosotros dirás, como a Pedro, que nuestras palabras las ha inspirado el Espíritu Santo? Y más aún, ¿Cuántos de nosotros sostendremos nuestras palabras con una escucha fiel de tu Palabra? Porque si digo que eres mi Señor, ¿doy testimonio con mi vida de esa palabra?
Porque si pretendo como Pedro guiar tu Voluntad, en vez de escuchar tu Palabra y descubrir en Ella tu Voluntad, que es perfecta y guiada por tu Misericordia, entonces estaré muy lejos de ser realmente tu discípulo y sabré hacer cálculos de conveniencia al seguirte.


¡Cómo a Pedro me gusta el Tabor pero no el Calvario!


Tú les anuncias tu Pasión pero también, y sobre todo, ¡tu Resurrección!
¡Pero nos resistimos a descubrir en el dolor un camino de redención!
¡Ayúdanos, Señor! ¡Ayúdanos a comprender que podemos unir nuestro dolor al tuyo como ofrenda de reparación al Padre, para llegar contigo a la Gloria de la Resurrección!


¡Ayúdanos, Señor!


¡Tú mi Señor, Tú mi Dios, Tú mi todo! ¡En Ti confío y espero!

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